Afganistán, epílogo de una guerra eterna
Demasiadas veces se ha dado por acabado el conflicto en Afganistán, que ha tenido cautivos a varios presidentes

Corría el mes de mayo del año 2014, y el entonces presidente, Barack Obama , compareció en la rosaleda ante el Despacho Oval, el que se suele usar para anuncios realmente importantes, y con la solemnidad a la que era dado, anunció que «las ... misiones de combate americanas en Afganistán acabarán antes del final de año». Han pasado siete largos años y aquella vieja promesa, hecha por todos los presidentes desde George W. Bush , el primero que mandó tropas al país acertadamente apodado «cementerio de imperios», vuelve a estar sobre la mesa.
El objetivo de la guerra, anunciado por Bush el 7 de octubre de 2001, era derrocar el régimen islámico de la guerrilla Talibán, que había amparado a Al Qaida durante la planificación y ejecución de los atentados terroristas contra Washington y Nueva York. Según dijo Bush, «dada la naturaleza y alcance de nuestros enemigos, ganaremos este conflicto mediante la paciente acumulación de éxitos, al enfrentarnos a una serie de desafíos con determinación, voluntad y propósito». Son 2.452 las vidas de jóvenes soldados estadounidenses entregadas al conflicto más largo de la historia de EE.UU., según figura en los recuentos oficiales del Pentágono.
El coste total de esa guerra en vidas es de 157.000, según un estudio de la universidad de Brown. De ellos, 43.000 son civiles. Afganistán es hoy un país peligroso, endeudado, dependiente, en ruinas. La poca riqueza que tiene viene en parte del cultivo de la amapola para heroína. Su gobierno, en teoría elegido democráticamente, es precario. Tanto, que para retirarse, la Administración Trump aceptó negociar con los mismos guerrilleros islámicos a los que Bush prometió derrocar, al tiempo que los grupos insurgentes intensificaban los asesinatos de líderes de grupos civiles y activistas a favor de la democracia. Condenado a la irrelevancia, el gobierno se ha visto obligado a tragar con lo que EE.UU. ha decidido, sin más.
Como Trump era Trump, e iba por libre, en 2019 incluso llegó a invitar a unos emisarios Talibán a Camp David , la residencia presidencial de fin de semana en Maryland, en vísperas de un nuevo aniversario de los atentados del 11-S. A Trump su partido le solía perdonar su iconoclastia y heterodoxia, pero en este asunto fue demasiado lejos, y la visita fue cancelada. Aun así, las negociaciones tuvieron lugar en otro lugar, y el acuerdo de paz se produjo hace algo más de un año. Los planes de Trump eran sacar a los soldados el 2 de mayo.
Bajas expectativas
Biden ha aplazado la salida al 11 de septiembre con un discurso pronunciado en el mismo punto exacto en el que Bush anunció la invasión hace 20 años. En lugar de la erradicación de una guerrilla responsable de gravísimas violaciones de los derechos humanos –ejecuciones sumarias, maltrato de mujeres, trata de menores, destrucción del patrimonio histórico– Biden y su equipo se conforman con que aquellos que las perpetraron prometan portarse bien esta vez: «Haremos responsables a los talibanes de su compromiso de no permitir que ningún terrorista amenace a EE.UU. o sus aliados desde suelo afgano».
Falta ver si esa salida es realmente tal y el 11-S se marchan todos y cada uno de lo s 3.500 soldados norteamericanos que quedan en ese país. (Las cifras oficiales son de 2.500, pero hace un mes el Pentágono admitió que las había manipulado durante años). Las dudas son razonables porque el final de la guerra de Afganistán se ha anunciado muchas veces. Quien más lo hizo fue Obama: en 2011 puso fin a las operaciones de combate, luego en 2014 dijo que retiraba las tropas y cuando se fue en 2017, lo hizo dejando en el país centroasiático casi 9.000 soldados. Al llegar, Trump aumentó el número a 14.000.
Trump después enderezó el rumbo, y apartándose de la ortodoxia republicana, comenzó a criticar lo que llamaba «guerras caras, interminables e inútiles». La razón, aparte de las muchas muertes, era el coste para las arcas del estado: los 20 años de guerra le han costado a EE.UU. más de 800.000 millones de dólares (670.000 millones de euros). Biden, que no se ha desmarcado tanto de Trump como prometió en campaña, insiste en lo mismo. Según dijo en su reciente discurso: «Mantener a miles de tropas en tierra y concentradas en un solo país a un costo de miles de millones cada año tiene poco sentido para mí y para otros líderes. No podemos continuar el ciclo de extender o expandir nuestra presencia militar en Afganistán, esperando crear las condiciones ideales para la retirada y esperar un resultado diferente».
Es decir, Afganistán queda a su suerte. Aquello de exportar la democracia, el optimista credo neoconservador de la generación Bush II, ha resultado más difícil de conseguir de lo que parecía. Para EE.UU., Afganistán ha sido poco más que un foso, igual que lo fue para la Unión Soviética , incapaz de doblegar a la paupérrima nación tras una década de invasión. Aún quedan los restos de los tanques soviéticos en los polvorientos valles del país, veteranos observadores ya de dos guerras.
Aun así, muchos expertos coinciden en que no hay más opción que esta. Así opina J. Weinstein , que en 2001 era coronel de la Fuerza Aérea y el 11-S estaba en la base de Nebraska en la que se refugió Bush. «Creo que es una decisión arriesgada. En cada escuela militar a la que fui, aprendes que antes de meterte en un conflicto, lo primero que debes decidir es en cómo saldrás de él. Llegamos a Afganistán por emoción y no pensando en lo que era mejor para el país en ese momento. No aprendimos de la historia, a menos que EE.UU. planeara estar allí para siempre», dice Weinstein, que hoy es profesor en la universidad de Boston.
Esta es una conclusión lógica desde EE.UU. Pero, ¿qué le depara el futuro a las mujeres que ya fueron silenciadas, cuando no agredidas y asesinadas, bajo el primer mandato talibán? Por si acaso, el gobierno legítimo afgano ha decidido mandar a mujeres a negociar con los islamistas, para que al menos se acostumbren. Una de ellas, Fauzia Kuzi, cree que la prueba de verdad viene ahora. «Sólo ahora sabremos hasta dónde pueden aguantar estos cambios de los años recientes. Es imposible de prever, sólo ahora se sabrá», añade.
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